Crítica de la obra de teatro 'Moríos': la izquierda nos ha abandonado... y mis hijos también (Diario Crítico 13/01/2024)

Por José-Miguel Vila en Diario Crítico / Cultura

Con dramaturgia de Anna Maria Ricart Codina y dirección de Joan Arqué Solà(inolvidable su Hay alguien en el bosque), y sólo durante unos días, llega al Teatro de la Abadía una singular e interesante propuesta, ‘Moríos’, toda una anatomía de la soledad entre las personas ancianas, hoy condenadas en su mayor parte a sufrir lo que ahora se llama edadismo y, más tarde, a terminar sus días en casa, pero enganchadas 24 horas al día a su medallón que la conecta con la teleasistencia, o en una residencia de ancianos, sujetas al régimen estricto, casi militar, de horarios, atención, comidas, terapia ocupacional y, en el mejor de los casos, también a rehabilitación.

El panorama descrito es, probablemente, tan amargo como realista y los tiempos que atravesamos no invitan para nada al optimismo: sueldos y cotizaciones a la Seguridad Social de los trabajadores cada vez más insuficientes, y pensiones futuras de jubilación en claro peligro de extinción, como el lince ibérico o el tigre de Bengala. Y, en sorprendente paradoja, sus creadores tildan a ‘Moríos’, como “Una obra sobre las ganas de bailar y vivir”. Probablemente porque la opción B es muchísimo peor que la descrita porque sería ya la definitiva.


 

En ‘Moríos’ se habla, pues, de la vejez, esa condición a la que cada vez llegamos más personas porque, en las últimas décadas ha ido incrementándose notablemente la esperanza de vida de los ciudadanos occidentales (parte positiva), pero a cambio de llegar a los últimos años de vida en condiciones de mayor deterioro físico y mental (aspecto negativo).

Ante el espectador se muestran varios personajes cuyos nombres son los mismos que los de los actores mayores que protagonizan el montaje: Imma Colomer (vive sola en casa y recibe frecuentes llamadas de control por parte del técnico de teleasistencia, le gusta la sopa y dice tener un hijo y algún nieto en Japón), Montse Colomer (le encanta el baile, pero ya no puede practicarlo porque vive bajo el agua), Oriol Genís (cinco hijos, disfruta contemplando cómo crecen las obras —no de teatro, sino de las otras, de esas que hacen crecer las ciudades y que utilizan grúas y máquinas excavadoras—), Erol Ileri, Magda Puig, Arthur Rosenfeld yPiero Steiner. Hombres y mujeres absolutamente normales (como nuestras madres o nuestros padres), que tienen limitaciones, viven en buena medida anclados en el pasado, pero siguen teniendo ganas de vivir, gastan bromas, se frustran o se irritan, como cada hijo de vecino.

Sol Picó ha planteado el expresivo movimiento de actores; Judit Colomer ha diseñado la sencilla, pero efectiva escenografía (una escalera blanca a la izquierda que lleva al piso de Inma, y una serie de telones que los mismos actores izan y bajan para marcar distintos espacios); Rosa Lugo Fàbregas viste a los personajes; Jou Serra ha planteado la iluminación del espectáculo; Pepino Pascual la música y, junto a Marc Jodar, también el espacio sonoro y, por último, Erol Ileri Llordella es el autor de la videoescena.

La propuesta muestra al público una realidad amarga, aunque no exenta de ironía, para que cada uno de los espectadores acabe por preguntarse si esta es, o no, la forma de vida que quiere para sí mismo y para los suyos. Uno de nuestros mayores, Oriol, muestra irritado su doble frustración, que asocia con su estado: el abandono de la izquierda, que también ha abandonado a los mayores (sólo se acuerda de ellos a la hora de prometer y prometer durante las campañas electorales, pero luego esas promesas caen en saco roto), y los hijos que, por falta de tiempo, de interés o de las dos cosas, mantienen también alejados a sus mayores y sin dispensarles la debida atención. Real como la vida misma. Un montaje amable y hasta divertido que, sin embargo, esconde una amarga realidad.