Por Angelo Nero
“Si existe un acto de amor, este es la memoria”, con esta hermosa frase, de la periodista y escritora catalana Montserrat Roig i Fransitorra, se cierra el doloroso y necesario ejercicio de memoria “Hay alguien en el bosque”, dirigido por Teresa Turiera-Puigbò y Erol Ileri, en el que, utilizando como punto de partida el testimonio de los hijos e hijas nacidos de las violaciones en la guerra de Bosnia y Herzegovina, nos descubre un drama no suficientemente contado, el de la utilización de las mujeres como arma de guerra, ya que la tortura que sufrieron entre 25.000 y 50.000 mujeres durante ese conflicto, fue una práctica sistemática, que sufrieron especialmente las musulmanas, pero también las mujeres serbias, croatas y gitanas, como parte de una estrategia de limpieza étnica.
Hace 25 que se firmaron los acuerdos de Dayton, que pusieron fin a la guerra, pero para las que sobrevivieron a aquellas violaciones, todavía no ha acabado, pues siguen demandando justicia y reparación, buscando a sus victimarios para llevarlos a la justicia, animadas por la declaración del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, que consideró por primera vez la violación como un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad.
Lejla, Alen y Ajna son el fruto del enemigo, que utilizaron a sus madres para humillar al bando contrario, y que ahora se han unido para superar ese estigma, para comprender a sus madres, el infierno que sufrieron, y unir su voz a la de las supervivientes que siguen dando testimonio de aquel horror, para que no se repita. La historia de Lejla Damon, con la que se abre el documental, es el reflejo de una generación que ha crecido con muchas preguntas que ahora exigen respuesta. Su madre, una mujer musulmana de Bosnia, que había sido violada, dio a luz en el hospital de Sarajevo, mientras la ciudad era asediada y bombardeada, y repudió al bebé. Dan Damon, periodista de la BBC, y su mujer Sian, fotógrafa, estaban grabando en el hospital y decidieron sacar a la niña del país en un furgón blindado, con documentos falsificados, a lo que le siguieron tres años en una batalla legal para adoptarla. Son “supervivientes de la guerra y víctimas de la paz”, según Teresa Turiera-Puigbò, una de las directoras del documental.
El colectivo Cultura i Conflicte, planteó “Hay alguien en el bosque” como un ambicioso proyecto tridimensional, con el documental, una obra teatral y una muestra fotográfica, con el objetivo de llevar una campaña de sensibilización por toda Cataluña y varias ciudades españolas y europeas, sobre los efectos menos visibilizados de la última guerra vivida en el corazón de Europa, que comenzó en Eslovenia, con la implosión de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, y que incendió los Balcanes durante veinte años, desde 1991 hasta 2001, terminando con la guerra de Kosovo. El proyecto intenta “generar debate entre un público amplio, pero sobre todo la franja más joven, sobre conceptos como la impunidad, el silencio, la justicia, o el papel de la mujer como superviviente y constructora de paz.”
Para romper con el silencio institucional, con el rechazo de sus familias, con su invisibilidad en una sociedad con demasiadas heridas abiertas, un grupo de mujeres como la croata Nevenka, la serbia Milica, la musulmana Meliha, cuentan las desgarradoras historias de las que fueron protagonistas, que se producían a solo dos horas de avión de Barcelona, mientras Europa ignoraba sus gritos. Testimonios que te hacen un surco profundo en el corazón como el de Nevenka: “¿Tienes miedo? Le preguntamos. Y ella, a quien estábamos grabando en el bosque que rodea su casa, nos dijo: Tengo la sensación de que todavía hay alguien escondido aquí dentro.”
“El documental habla de la lucha de estas mujeres contra la indiferencia, el tabú y el estigma y, de alguna manera, también es una herramienta de reparación, porque creemos que hablar del tema ayuda a cerrar heridas. Ponemos hincapié en los hijos porque el trauma es intergeneracional, y si no se repara se hereda”, señala una de sus directoras.
Como aquí, como en tantos lugares donde la guerra ha dejado profundas brechas en la sociedad, una parte de ella ha construido un muro de olvido, pero ese muro está hecho de miedo y de odio, porque la memoria, aunque duela, es un ejercicio de amor, y en esa trinchera es en la que debemos mantenernos, para entender nuestro pasado y construir nuestro futuro.