Él interpreta al criminal de guerra Dusko Tadic y al reportero Eric Hauck, compañero y amigo del primer fotógrafo asesinado en Sarajevo, Jordi Pujol Puente. Y de la citada descripción destaca que «es el sentimiento que queda al salir del teatro, porque los hijos no deseados de las víctimas, que también lo son, dan un mensaje de esperanza, pese a la dureza. Han nacido fruto de violaciones organizadas con la voluntad de cultivar el odio de un pueblo y destruirlo, aunque estos jóvenes muestran todo lo contrario, un mensaje de fraternidad y amor», afirma Muñoz. Para las mujeres, el primer objetivo es resarcir sus heridas y por ello «buscan cómo tirar hacia adelante, sin quedarse con el rencor, sino que también acaban teniendo un mensaje de esperanza», añade.
«¿Qué os parece si me quedo aquí? Todavía tengo miedo, tengo la sensación de que todavía hay alguien en el bosque». Nevenka Kobranovik no quería adentrarse entre los árboles en la grabación de un documental sobre víctimas de las violaciones en los Balcanes y con su frase resumió de forma metafórica lo que sienten, que la guerra «aún no ha acabado». La historia de esta bosnia con raíces croatas, que da vida Ariadna Gil; Milica, de origen serbio; y Meliha, musulmana, llega al Principal el jueves y viernes para ofrecer una obra «maravillosamente dura», como le comentó un espectador al actor Òscar Muñoz.
De todos modos, tienen que seguir conviviendo con quienes las violaron, «y algunos residen a 30 kilómetros», señala, por lo que Encara hi ha algú al bosc intenta que no seamos indiferentes ante estas atrocidades, porque «ocurre lo mismo en cualquier lugar en el que haya un conflicto». El actor catalán pone como ejemplo no solo otras guerras, sino «lo que sucede en las pateras y todo el mundo sabe». Recuerda que «con los Balcanes fue la primera vez donde la violación se consideró crimen de guerra. Hasta entonces era un daño colateral y no se le daba mayor importancia, pero tras el conflicto se dictaron las primeras condenas a criminales de guerra por ordenar violaciones».
Òscar Muñoz interpreta a uno de estos sentenciados por La Haya, quien «ante el tribunal hace creer que realmente no hizo nada malo», y así ejecuta su papel en una primera aparición de la obra, «como un hombre bueno», pero más adelante «es más cínico, como los políticos cuando saben que han hecho algo mal pero nos hacen ver que no ha pasado nada pese a que todos lo sabemos».
Pasado y presente
Este año se cumplen dos décadas desde que oficialmente finalizó el conflicto que enmarca la historia de las tres mujeres, interpretadas por Ariadna Gil, Montse Esteve y Judit Farrés bajo la dirección de Joan Arqué y la dramaturgia de Anna Maria Ricart. El relato se hace desde el presente, «con un registro interpretativo que huye de la pornografía emocional, ya que hay que explicar una historia de unos personajes que no son ficticios, a los que les han pasado cosas reales y atroces, que jamás podremos sentir, solo imaginar, de ahí la importancia de hallar el tono adecuado, que se intuyan sus sentimientos sin representar falsas emociones», explica.
Y para aligerar tanta tensión, llega el contraste con el pasado de los intérpretes, su narración de lo que hacían aquel verano de 1992, el de la celebración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Ariadna Gil rodaba Belle Époque y Òscar Muñoz estaba de colonias, por ejemplo, mientras en los Balcanes «se mataba y se violaba, a solo dos horas en avión». El objetivo es «acercar al espectador, que diga ¡yo tampoco sabía dónde estaba Bosnia ni me interesaba!, y por otra parte rebajar el tono» de la obra, sin dejar de lado la crítica a una Europa que se puso de perfil ante este conflicto. «Hay escenas con cinismo, ironía, humor negro, para crear el contraste», tal como remarca el actor, quien recuerda que «ahora también hacemos como que el Mediterráneo nos queda lejos y estamos aquí».