«Encara hi ha algú al bosc» («Hay alguien en el bosque») es más que un documental sobre la violación como arma de guerra sistemática en la guerra de Bosnia. Es también una obra de teatro y una exposición que recogen el sufrimiento silenciado de miles de mujeres y de los hijos que nacieron fruto de las violaciones, más de 4.000 niños y niñas. Se calcula que entre 25.000 y 50.000 mujeres fueron violadas. La periodista catalana Teresa Turiera-Puigbò ha regresado a los Balcanes 25 años después para documentar este doloroso episodio y legado de un conflicto «tan desconocido y tan cercano a la vez».
Article d’Ainara Lertxundi publicat al Diari GARA el 29 de febrer de 2021
Lejla Damon nació el Día de Navidad de 1992 en un hospital de Sarajevo. Su madre biológica renunció a ella nada más nacer porque era fruto de una violación. Ajna Jusic vino al mundo ese mismo año. Cuando cumplió la mayoría de edad supo que había nacido de una violación y entonces comprendió a su madre y los problemas de relación entre ambas. Hoy día preside la Asociación Niños Olvidados de la Guerra. «Hace 26 años mi madre sufrió unos hechos que no desearía nadie; sobrevivió a las violaciones de guerra y me parió a mí. Ha vivido y vive en una sociedad que la considera culpable por lo que le pasó, una sociedad que no está preparada para aceptarla», subraya Jusic al comienzo del documental.
Alen Muhic fue adoptado a los pocos meses de nacer después de que su madre, violada por un soldado serbio, lo abandonara. Para él la guerra comenzó cuando tenía diez años, cuando se enteró de que era adoptado y las circunstancias en las que nació. Para él, la guerra todavía no ha acabado, afirma.
Nevenka Kobranovik, de origen croata, fue violada por soldados serbios de Bosnia. Posteriormente, fue víctima de abusos sexuales por parte de su marido, quien había estado detenido en uno de los campos de concentración de la zona.
Meliha Merdzic es musulmana, de Visegrado. Fue violada a los 13 años. Su madre sobrevivió al centro de tortura y violación de Vilina Vlas. A su padre y su hermano los mataron. En total, perdió a una veintena de familiares. Ambas mujeres forman parte de la Asociación Mujeres Víctimas de la Guerra, de Sarajevo.
Milica Dekic, de origen serbio, fue violada por soldados croatas. En junio de 1995 fue retenida en una casa del área de Odzak junto a otras veinte personas más por miembros del Consejo de Defensa Croata. Fue torturada y violada durante dos meses.
Sus historias de lucha, supervivencia y resiliencia forman parte del documental “Encara hi ha algú al bosc” (“Hay alguien en el bosque”) de la periodista freelance catalana Teresa Turiera-Puigbò, quien cubrió la guerra de los Balcanes. En realidad, es más que un documental. Este sobrecogedor trabajo audiovisual va acompañado de una exposición y de una obra de teatro. Una conjugación de artes escénicas y audiovisuales con el fin de «llegar a un público al que quizás no llegan los medios y libros de historia. Hace 25 años, a dos horas de avión, hubo campos de concentración activos en el corazón de Europa. Cuando oyes esa palabra, lo primero que se te viene a la mente es la Segunda Guerra Mundial, pero no los Balcanes. Mucha gente joven que ha visto el documental o la obra de teatro nos dice ‘¿y esto a mí por qué no me lo había contado nadie?’. Evidentemente no figura en los libros de historia, ni lo han podido seguir por los medios de comunicación, porque hace años que dejaron de interesarse por Bosnia. Consideramos que el documental, la obra de teatro, que incluye música en directo y video, y la exposición eran lenguajes interesantes para explicar estas historias y hacer reflexionar a la gente sobre un episodio central de la historia reciente en Europa tan desconocido y tan cercano a la vez», explica en conversación telefónica a Teresa Turiera-Puigbò.
Preguntada sobre cómo surgió la idea de adentrarse en un episodio tan tabú de la guerra de Bosnia, señala que «fue un poco por casualidad. Hace tres años el director de teatro Joan Arqué, con quien había trabajado, me dijo que tenía previsto llevar a escena la novela de la periodista y escritora croata Slavenka Drakulic ‘Como si yo no estuviera’. En los 90, justo cuando acabó la guerra, fue a los campamentos de refugiados que había en Croacia en la frontera con Bosnia y entrevistó a muchas mujeres que habían sido repetidamente violadas. A la hora de poner por escrito ese material, pensó que los testimonios eran demasiado fuertes y decidió escribir una novela con nombres ficticios. Joan me dijo si le podía ayudar a documentar el tema y ayudar a los actores a entender bien el contexto de la guerra de Bosnia. Él no sabía que yo en los 90 trabajaba en Catalunya Radio y que había seguido toda la guerra, las negociaciones de paz desde Bruselas y después los juicios. Cuando me lo propuso pensé a ‘bodas me convidas’. Si hablas con cualquier periodista que siguió la guerra de Bosnia, a todos nos quedó una espina clavada, una asignatura pendiente. Quizás no lo contamos lo suficientemente bien para evitar la barbarie. Todo el mundo se quedó con esta sensación. Fue una guerra televisada, en la que se conocían los hechos y la comunidad internacional fue totalmente incapaz de actuar o de incidir para evitar los campos de concentración, las masacres».
Comenta que Joan Arqué tenía intención de viajar a Bosnia con un realizador especializado en el mundo del teatro para grabar básicamente paisajes y ambientes sonoros, que después utilizarían en la escenografía teatral. «Yo empecé a recuperar contactos de mi época, hablé con amigos y conocidos que habían trabajado en el tribunal. Entonces surgió la posibilidad de ir a Bosnia a hablar directamente con algunas de las mujeres supervivientes. Le dije que quería ir con ellos a hacer estas entrevistas. Hicimos un primer viaje en marzo de 2018 y al hacer las dos primeras entrevistas –a una de las fundadoras de la Asociación de Mujeres Víctimas de la Guerra de Sarajevo y a Alen, uno de los hijos nacidos de las violaciones, a quien encontré a través de las redes sociales– , decidimos que no íbamos a adaptar la novela, sino que íbamos a construir una obra de teatro desde cero basada en los testimonios reales que estábamos recopilando. Desde entonces, hemos hecho ocho viajes a Bosnia, muchos rodajes».
Todos eran profesionales freelance de distintos campos: del teatro, del periodismo, de la fotografía. Se incorporó la periodista y dramaturga Anna María Ricart. «Fuimos trabajando en paralelo, el documental, la obra de teatro y la exposición fotográfica que vamos presentando en cada ciudad en la que estrenamos el documental y la obra de teatro. Para conseguir fondos creamos la compañía Cultura y Conflicto», recuerda.
Miles de violaciones. Se estima que entre 25.000 y 50.000 mujeres fueron violadas durante la guerra de los Balcanes. De esas violaciones nacieron más de 4.000 niños y niñas. «Las cifras son estratosféricas. La violación como arma de guerra ha existido siempre, desde los griegos hasta la actualidad, pero hasta los Balcanes se había considerado un acto colateral de la guerra, del caos, como una venganza de los soldados o, incluso, como un disfrute. Con los conflictos de Bosnia y Ruanda, ambos en la década de los 90, por primera vez la justicia internacional dictó sentencias en las que la violación en sí era considerada un crimen de guerra y contra la humanidad», destaca Turiera-Puigbò.
«Pero, como la mayoría de criminales acumulaban otros delitos como ejecuciones y desapariciones, estos últimos pesaron más. En el caso de las violaciones, a las mujeres les pedían testigos, pruebas. En ese momento, en La Haya, les era muy difícil aportar testigos y pruebas, bien por el miedo que tenían, bien por las represalias o porque eran incapaces de hablar. Aunque legalmente se dio un gran paso en el Tribunal Penal Internacional de La Haya, en la práctica no cambió tanto la situación. Se destinaron muchos recursos y medios económicos para el sistema judicial, pero no para las víctimas. Estas no recibieron apoyo sicológico, ni tampoco ayuda médica y económica», denuncia.
Aún recuerda el encuentro casual que tuvo en Madrid en 2019 con Carlos Westendorp, quien en aquella época era Alto Representante Internacional para Bosnia y Hezergovina. «Lo había entrevistado muchas veces durante la guerra. Le comenté que estaba trabajando en un documental sobre las violaciones en Bosnia. ‘¿Violaciones? ¿Sabes que no recuerdo este tema en ningún orden del día?’, me respondió. Me quedé perpleja. Fui a buscar las actas de las negociaciones y, efectivamente, este tema no salía por ningún lado en los acuerdos de Dayton. El 99% de los negociadores en las diferentes etapas fueron hombres y las violaciones no se tomaron en cuenta como un crimen de primer orden. En la agenda estaban las desapariciones, las fosas comunes, los campos de concentración o los dos millones de desplazados. Creo que si hubiera habido más mujeres en la mesa de negociación, las violaciones como crimen de guerra se hubieran tenido en cuenta», resalta.
A nivel diplomático, continúa, la experiencia de Bosnia «fue un detonante para que, años después, en 2000, en la ONU se aprobara una resolución que obliga a incluir en todas las negociaciones de paz temas de género. En Colombia, por ejemplo, en el proceso de diálogo entre el Gobierno y las FARC-EP se incluyeron a muchas mujeres de ambos lados en la mesa de diálogo y se creó una subcomisión de género. Se vio un cambio. De alguna manera eso viene del fracaso y del desastre de Bosnia».
Silencio y estigma. Si bien han pasado 25 años desde los acuerdos de Dayton, el silencio y el estigma siguen siendo parte de la vida de estas mujeres. «Te diría que lo más difícil de todo el proyecto ha sido conseguir que ellas y ellos nos aceptaran y se creara el clima de confianza necesario para que nos contaran sus historias. Algunas de las mujeres supervivientes relataron desde un primer momento lo que les había sucedido para poder llegar a los tribunales, pero, evidentemente, cada vez que lo cuentan les supone una regresión, volver al trauma. Llegó un momento en que se saturaron, que vieron que su vida no mejoraba, que nadie las ayudaba, que no se hacía justicia y están muy resentidas, porque el hecho de explicar sus historias no les ha mejorado su vida. Tuvimos que construir ese clima de confianza, explicar muy bien el proyecto. Para mí la comunicación con ellas ha sido algo básico. No fue el proceso habitual de pedir y hacer una entrevista y luego te vas. De hecho, ellas nos decían, ‘vosotros volveréis a vuestro país y nosotras nos quedamos aquí con nuestras historias y nuestra vida miserable’. Esto nos hizo reflexionar mucho desde el primer viaje y, por ello, decidimos incorporarlas al proyecto y que en todo momento estuvieran al corriente de lo que estábamos haciendo, de lo que queríamos hacer, de las fotografías que habíamos hecho, de los montajes. No es fácil porque no hablamos el mismo idioma, todo tenía que ser a través de intérpretes. Dos de ellas no tienen acceso a internet ni a redes sociales. Ha habido viajes que hemos hecho solo por verlas, para pasar un día con ellas, para enseñarles el material, sin rodar nada ni entrevistarlas. Han agradecido un trabajo lento pero bien hecho y ellas se han sentido partícipes. En alguna ocasión, cuando llegamos nos dijeron que no se sentían bien, que no tenían ganas de hablar y esto lo respetamos siempre. Llegó un momento en que vieron que sí les compensaba, que alguien las escuchaba y que podían ampliar su voz más allá de Bosnia». Su gran reto es llevar el documental a Bosnia, emitirlo en la televisión nacional y hacer algún tipo de acto público. Habían previsto hacerlo en octubre de 2020, pero a causa del covid-19 se aplazó y ahora están a la espera de que mejore la situación para poder llevarlo a cabo. «Queremos llevarlo también a Kosovo, donde se produjeron muchas violaciones».
En cuanto al rodaje con los hijos, señala que «ha sido distinto porque no tienen un trauma físico y síquico directo y, por tanto, te hablan desde otro lugar. Sí que han sufrido el estigma y sufren por sus madres en el caso de que las conozcan, pero son jóvenes de entre 25 y 27 años a quienes lo que les preocupa es poder trabajar, progresar, divertirse... como cualquier otro joven europeo de su edad». un momento de la entrevista a Meliha Merdzic, de la Asociación de Mujeres Víctimas de la Guerra.
¿Hasta qué punto son reparadores los juicios? «Hace poco organizamos un acto en Barcelona con mujeres víctimas de violencia sexual en conflicto de Siria, Colombia y Bosnia. A la mujer de Bosnia alguien le preguntó sobre la reconciliación y ella contestó que no se había peleado con nadie y que, por tanto, no se tenía que reconciliar con nadie. Dijo que había sido brutalmente agredida, que buscaba justicia y que quien la agredió estuviera en la cárcel. Para ellas es reparador que se las escuche, que sus testimonios no caigan en saco roto. El trauma físico y sicológico no se lo repara nadie, son mujeres que están destrozadas. Pero, al menos si se hace justicia, es una pequeña reparación». Apunta a que el problema es que en gran parte de los casos, a los criminales o no los han podido incriminar o según en qué parte de Bosnia están los han declarado inocentes en el juicio o solo han pasado seis meses en la cárcel. «Se los encuentran por la calle. Son las mujeres las que han tenido que marcharse de sus pueblos y son ellos los que se han quedado y han sido rehabilitados como policías o funcionarios. Para ellas esto es como una doble condena, como si las volvieran a violar porque se ríen delante de ellas».
El caso de los hijos es muy interesante porque quienes están saliendo a la luz sirven como prueba de la violación a través de su ADN. «Nacieron del odio; el objetivo de las violaciones era que estos niños y niñas tuvieran la semilla serbia que destruiría a la comunidad musulmana, que representa la gran mayoría de víctimas. Sin embargo, estos jóvenes están demostrando que son la prueba de las violaciones y están ayudando a llevar a los criminales ante los tribunales. Ahora son ellos quienes están como saliendo del armario. Han creado la Asociación Niños Olvidados de la Guerra y van por toda Bosnia, especialmente a las ciudades donde más violaciones hubo, montan exposiciones, se muestran a cara descubierta en una demostración de que existen; ‘estamos aquí, hubo estos crímenes y la sociedad lo tiene que reconocer’».
«La guerra aún no ha terminado». En 1992, la madre de Alen Muhic fue violada en repetidas ocasiones por el Ejército de la República Srpska. La llevaron de Foća a Gorazde en un avanzado estado de gestación. Él nació el 20 de febrero de 1993. «Al día siguiente no quería ni verme. Se fue a su suerte y sin darme el pecho. Huyó a Sarajevo, de ahí a Zagreb y de ahí a América y comenzó una nueva vida sin mí», relata Muhic.
«En 2016, durante el juicio, Alen conoció a su madre biológica y al violador. Ella consiguió rehacer su vida en EEUU, donde se casó y tuvo dos hijos. Alen se dio cuenta de que cuando la llamaba para saludarle, para saber cómo estaba y contarle cosas de su vida, era un dolor para ella. Por eso decidió dejar de llamarle. ‘Ya sabe que estoy bien, no quiero que sufra más por mí’. ¡Qué nivel de generosidad y qué duro!», resalta la autora del documental al hablar de las relaciones entre estos hijos y sus madres.
La madre de Lejla Damon consiguió llegar al hospital de Sarajevo, donde fue entrevistada por un matrimonio de periodistas británicos que, días antes, había estado grabando en varios orfanatos. Cuando cumplió 18 años vio por primera vez las imágenes y entrevistas que sus padres adoptivos grabaron en 1992 en el hospital donde nació, entre las que se incluye la entrevista a su madre biológica e imágenes de ella misma al poco de haber nacido. En ellas se ve cómo es depositada por una enfermera en una cuna mientras una voz en off dice que «todavía no tiene nombre. La madre no quiere ni verla». De espaldas a la cámara, la madre dice «no, no quiero a este bebé. La gente diría que es un Chetnik. ¡Si alguien la quiere, que se la lleve!». Cuando el periodista y padre adoptivo de Lejla, Dan Damon, le pregunta en ese reportaje para la cadena Sky News por qué no la quiere, responde «la oí llorar pero pedí a las enfermeras que no me la enseñaran. Si la viera, la estrangularía».
Al ver estas imágenes junto a su padre, Lejla afirma que si bien son «dolorosas» se siente muy cercana a ella. «Fue la primera vez que vi la cara de mi madre». Con el tiempo, consiguió reencontrarse con ella. Así lo relata Teresa Turiera-Puigbò: «Descubrió que estaba viva, se escribieron cartas durante cinco años porque la madre biológica no aceptó encontrarse físicamente hasta que la abuela murió, porque le decía que era la vergüenza de la familia por el hecho de haber sido violada. Ella le ha ayudado a tramitar los papeles como prueba de la violación. Gracias a la hija que ha recuperado 25 años después, la madre tiene una pensión. Ambas están encontrando su paz, cada una desde su esquema mental. La madre lo primero que hizo fue pedirle perdón por haberle abandonado».
La periodista catalana admite que al iniciar este proyecto les rondaba la pregunta de cuándo acaba una guerra. «¿Acaba cuando se firma la paz? ¿Cuando cesan las armas? ¿O cuando los medios dejan de hablar de ese conflicto? A todas las personas que hemos entrevistado les hemos hecho esa pregunta y todas, sin excepción, nos han respondido que la guerra no ha acabado para ellas porque no se ha hecho justicia, porque no se han cerrado las heridas, porque no ha llegado a conocer a su madre… cada cual responde desde su historia personal. Hablamos de supervivientes de la guerra y de víctimas de la paz porque en estos 25 años han sido absolutamente invisibilizadas. Son víctimas de todos, de cómo como sociedad pasamos página tan rápido», remarca a modo de conclusión.
Aún recuerda el encuentro casual que tuvo en Madrid en 2019 con Carlos Westendorp, quien en aquella época era Alto Representante Internacional para Bosnia y Hezergovina. «Lo había entrevistado muchas veces durante la guerra. Le comenté que estaba trabajando en un documental sobre las violaciones en Bosnia. ‘¿Violaciones? ¿Sabes que no recuerdo este tema en ningún orden del día?’, me respondió. Me quedé perpleja. Fui a buscar las actas de las negociaciones y, efectivamente, este tema no salía por ningún lado en los acuerdos de Dayton. El 99% de los negociadores en las diferentes etapas fueron hombres y las violaciones no se tomaron en cuenta como un crimen de primer orden. En la agenda estaban las desapariciones, las fosas comunes, los campos de concentración o los dos millones de desplazados. Creo que si hubiera habido más mujeres en la mesa de negociación, las violaciones como crimen de guerra se hubieran tenido en cuenta», resalta.
A nivel diplomático, continúa, la experiencia de Bosnia «fue un detonante para que, años después, en 2000, en la ONU se aprobara una resolución que obliga a incluir en todas las negociaciones de paz temas de género. En Colombia, por ejemplo, en el proceso de diálogo entre el Gobierno y las FARC-EP se incluyeron a muchas mujeres de ambos lados en la mesa de diálogo y se creó una subcomisión de género. Se vio un cambio. De alguna manera eso viene del fracaso y del desastre de Bosnia».
Silencio y estigma. Si bien han pasado 25 años desde los acuerdos de Dayton, el silencio y el estigma siguen siendo parte de la vida de estas mujeres. «Te diría que lo más difícil de todo el proyecto ha sido conseguir que ellas y ellos nos aceptaran y se creara el clima de confianza necesario para que nos contaran sus historias. Algunas de las mujeres supervivientes relataron desde un primer momento lo que les había sucedido para poder llegar a los tribunales, pero, evidentemente, cada vez que lo cuentan les supone una regresión, volver al trauma. Llegó un momento en que se saturaron, que vieron que su vida no mejoraba, que nadie las ayudaba, que no se hacía justicia y están muy resentidas, porque el hecho de explicar sus historias no les ha mejorado su vida. Tuvimos que construir ese clima de confianza, explicar muy bien el proyecto. Para mí la comunicación con ellas ha sido algo básico. No fue el proceso habitual de pedir y hacer una entrevista y luego te vas. De hecho, ellas nos decían, ‘vosotros volveréis a vuestro país y nosotras nos quedamos aquí con nuestras historias y nuestra vida miserable’. Esto nos hizo reflexionar mucho desde el primer viaje y, por ello, decidimos incorporarlas al proyecto y que en todo momento estuvieran al corriente de lo que estábamos haciendo, de lo que queríamos hacer, de las fotografías que habíamos hecho, de los montajes. No es fácil porque no hablamos el mismo idioma, todo tenía que ser a través de intérpretes. Dos de ellas no tienen acceso a internet ni a redes sociales. Ha habido viajes que hemos hecho solo por verlas, para pasar un día con ellas, para enseñarles el material, sin rodar nada ni entrevistarlas. Han agradecido un trabajo lento pero bien hecho y ellas se han sentido partícipes. En alguna ocasión, cuando llegamos nos dijeron que no se sentían bien, que no tenían ganas de hablar y esto lo respetamos siempre. Llegó un momento en que vieron que sí les compensaba, que alguien las escuchaba y que podían ampliar su voz más allá de Bosnia». Su gran reto es llevar el documental a Bosnia, emitirlo en la televisión nacional y hacer algún tipo de acto público. Habían previsto hacerlo en octubre de 2020, pero a causa del covid-19 se aplazó y ahora están a la espera de que mejore la situación para poder llevarlo a cabo. «Queremos llevarlo también a Kosovo, donde se produjeron muchas violaciones».